Cambiar la forma de dirigirnos a nuestros hijos e hijas y aprender a escucharles activamente es clave para fortalecer la relación y superar los conflictos.
En el artículo publicado el 8 de junio de 2019 en el periódico “El Mundo” dan algunos consejos muy útiles que podremos poner en práctica si queremos tener una comunicación más fluida con nuestros hijos e hijas.
La Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) publicó en 2002 uno de los estudios más detallados sobre como afrontaban los españoles su labor como educadores y el sentir general se ajusta a la realidad actual 17 años después. En el estudio intervinieron padres de jóvenes de entre 14 y 20 años y se desprende un sentimiento de insatisfacción por parte de los adultos. Creen que hacen un gran esfuerzo por comunicarse con sus hijos e hijas, pero que, con frecuencia, este esfuerzo no es correspondido.
Fernando Pineda se dirige a orientar a padres en su labor educativa y explica que “muchas veces los problemas que tenemos con nuestros hijos son cosas que debemos trabajar con nosotros” ya que la comunicación presente condiciona su futuro. Muchas veces los mensajes que escuchan en casa condicionan un auto diálogo que marcará su forma de ver (y de verse), de sentir y de afrontar el mundo como adulto y sus relaciones. «Lo que los adolescentes hacen y dicen depende en buena medida de lo que nosotros hacemos y decimos, así que, en consecuencia, tenemos cierta capacidad de influencia sobre ellos«, explican los psicólogos Ernesto López Méndez y Miguel Costa Cabanillas en el Manual de promoción de resiliencia infantil y adolescente (Pirámide). De ahí la importancia de ser conscientes del alcance de nuestras palabras y gestos y de mejorar nuestra comunicación.
- Escuchar sin juicios ni expectativas:
- ¿Quién tiene el problema? Si es nuestro hijo o hija quien necesita apoyo y comprensión, tratemos de dársela a él primero antes de expresar nuestro punto de vista. Evitaremos que se ponga a la defensiva.
- Trate de no posponer las conversaciones. Si nos ven receptivos en su día a día se acercarán a nosotros con mayor confianza.
- Dejar fuera juicios y expectativas y acercarnos a ellos como una “hoja en blanco”.
- Empatizar
- No niegue sus emociones ni las juzgue (“no tienes motivos para sentirte así”), acéptelas.
- No le quite importancia con expresiones del tipo “No te preocupes, todo irá bien”
- Transmítale que capta lo que siente “Te veo triste”, “Tienes la voz cansada” o “Sólo tú sabes por lo que estás pasando”.
- Si su hijo está compartiendo con usted sentimientos, evite ser racional y darle una respuesta analítica porque le podría desconcertar.
- Pregunte más y aconseje menos
- Estaremos subrayando sus fortalezas y capacidades cuando mostramos interés por sus objetivos, necesidades o puntos de vista, incorporamos sus sugerencias y los involucrarlos en la búsqueda de soluciones. Para lograrlo, incorpore por norma a sus charlas el hábito de preguntarles «¿cuál es tu opinión? o ¿tú qué harías?”, proponen López Méndez y Costa Cabanillas.
- Empoderarles supone facilitarles experiencias de poder y control sobre su propia vida, tener en consideración sus sugerencias, proponerles tareas que sean capaces de superar y no ahorrarles responsabilidades ni las consecuencias de sus decisiones.
- Si no quiere hablar, no insista
- “Queremos que nos cuenten algo en un momento determinado, pero ellos eligen el momento”. Cuanto menos les exigimos que cuenten, más van a contar. Y a la inversa.
- Pida cosas concretas
- El exceso de palabras nos aleja del otro. Debe ser concreto. La petición de cambio que se formule tiene que referirse a una acción “concreta, realizable, evaluable, en positivo aquí y ahora”. En vez de hacer peticiones del tipo ¿Podrías ser más ordenado?, les diríamos ¿Podrías meter la ropa limpia en el armario y la sucia en la cesta?
- ¿Por qué me siento atacado?
- La pubertad es un espejo en el que se reflejan los miedos, las inseguridades y los asuntos internos no resueltos de los padres.
- El camino de la comunicación no violenta comienza por identificar (y eliminar) los juicios (“me ha faltado al respeto”) y/o exigencias (“me tienes que hacer caso”), examinar los hechos concretos (“ha llegado a casa a las seis de la mañana”), aceptar los sentimientos que nos generan esta situación (“enfado, miedo, impotencia”) y atender nuestras propias necesidades (“tranquilidad, confianza”) liberando al otro de la necesidad de cubrirlas. Si no nos damos a nosotros mismos reconocimiento, valoración, respeto, agradecimiento se lo exigiremos a los demás.
- No esperar a poner límites cuando estemos hartos
- Según Pilar de la Torre sólo se debe tirar de los límites en dos ocasiones:
- Cuando sea claramente necesario, sin dejarnos influir por condicionamientos sociales.
- Cuando estemos seguros de que, por la vía del diálogo, de la negociación y del cuidado mutuo no se ha podido reconducir la situación. Y si lo hacemos, es fundamental empatizar con nuestro hijo y aceptar la frustración que aparezca.
- Según Pilar de la Torre sólo se debe tirar de los límites en dos ocasiones:
- A mayor ataque, mayor ha de ser la empatía
- «Las conductas más extremas, que nuestros hijos nos hablen mal o dejen de hablarnos, no pueden venir de otro lugar que del dolor», advierte Pilar de la Torre. Y cuanto mayor es el sufrimiento, mayor es el ataque y mayor ha de ser la empatía hacia ellos.
- Ese ‘te odio’ que nos lanza nuestro hijo y que nos atraviesa el alma es un reclamo trágico de cuidado, afecto, comprensión y apoyo. Y eso no lo ofrece «el castigo, el límite ni las prohibiciones», argumenta Pilar de la Torre, y sí la escucha, el diálogo, la empatía y verles más allá de una conducta concreta.
- No renegar del dolor
- Para salir de una espiral de juicios, reproches y autoreproches hay que tomar distancia y analizar los hechos sin juicios, detectar los sentimientos y necesidades de ambos y actuar en función de ellas. Así nos liberamos del pensamiento de que «esto debería ser de otra manera o esta persona debería comportarse de otra forma» que nos mantiene anclados a una situación de conflicto.
- La confianza, aunque esté mermada, se puede recuperar si los adolescentes se sienten realmente escuchados, comprendidos, aceptados como personas hagan lo que hagan, aunque no estemos de acuerdo con sus actos.
- Que le compense hablar con sus padres
- Haga que le valga la pena a su hijo hablar con usted. Si obtiene una «recompensa» de una conversación (siente que ha sido escuchado, ha influido, encuentra una solución a sus problemas o alivio a su rabia o pena), seguirá contándole confidencias y preocupaciones.